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Publicado el 29/08/2024
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Publicado el 29/08/2024
“Cada criatura tiende a la perfección del universo. Y todo el universo […] está ordenado a Dios”
La vida en la gran ciudad hace difícil el contacto directo con la naturaleza, que se hace, por eso, más valiosa. Sin embargo, su degradación tiene funestas consecuencias en el ecosistema y en los habitantes de esa “casa común”. Al indagar en las causas de su deterioro chocamos con la triste verdad de que, en buena parte, somos responsables por un uso inadecuado de la nuestra libertad, con lo que se hace apremiante la reflexión moral sobre la “ecología integral”, precisamente porque atiende a la estrecha relación entre la vida, el ser humano y sus vínculos.
Se acerca el 5 de junio, día mundial del medio ambiente desde el año 1973, tema de Congresos, acciones y abundante literatura, a la que se suman los recientes y actuales escritos del Papa Francisco Laudato si y Ladato Deum, continuando la línea de sus predecesores. Francisco afirma con fuerza “que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (Laudato si, 70).
El llamado a ese cuidado hacia la creación que se nos ha entregado en custodia no es opcional, sino que debe ser un mandato para toda conciencia abierta a la verdad profunda. Si además está iluminada por la fe descubrimos la naturaleza como creación y en cada criatura un “reflejo” o “vestigio” de Dios que la creó sacándola de la nada. Así Tomás de Aquino, siguiendo a San Agustín, descubre en cada una de ellas un reflejo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, de quienes son su efecto, su expresión y su ordenación al bien y al amor.
“En todas las criaturas se encuentra la representación de la Trinidad a modo de vestigio, en cuanto que en cada una de ellas hay algo que es necesario reducir a las personas divinas como a su causa. […] de este modo, evoca la persona del Padre, que es principio sin principio. En cuanto que tiene una forma y pertenece a una especie determinada, representa a la Palabra, tal como la forma de la obra artística procede de la concepción del artista. Y en cuanto que está ordenada, representa al Espíritu Santo, en cuanto que es Amor; porque la ordenación del efecto a algo procede de la voluntad del creador” (Suma teológica, I, q. 45, a. 7, in c).
Al descubrir en cada criatura la huella de su autor nos permite, por un lado, valorarla y, por otro, intuir que la relación entre las criaturas ha de ser de orden, pues “la armonía existente en las cosas creadas por Dios manifiesta la unidad del mundo. Pues se dice que en este mundo hay unidad y armonía en cuanto que unas cosas están ordenadas a otras. Todas las cosas que provienen de Dios, están ordenadas entre sí y también al mismo Dios” (Ibid, q. 47, a. 3).
Este orden exige ser respetado no sólo para promover el equilibrio entre las especies, sino porque lleva en sí una vocación sublime que a la que se refiere el Papa con el canto de las criaturas del hermano Francisco: alabar a Dios y gozar de Él. Por lo tanto, “en el universo cada criatura está ordenada a su propio acto y a su perfección. Las criaturas menos nobles a las más nobles; como las inferiores al hombre. Cada criatura tiende a la perfección del universo. Y todo el universo, con cada una de sus partes, está ordenado a Dios como a su fin en cuanto que, en el universo, y por cierta imitación, está reflejada la bondad divina para la gloria de Dios; si bien las criaturas racionales de un modo especial tienen por fin a Dios, al que pueden alcanzar obrando, conociendo y amando” (Ibid, q. 65, a. 2, in c).
Por eso “las criaturas racionales”, tenemos una gran responsabilidad. Al ser creadas a imagen y semejanza de Dios se nos ha impreso una vocación especial, la de amar y amarnos al estilo de Dios, Esto exige dejar que la huella de Dios brille en sus criaturas, no adorándolas, pero sí respetándolas para que también ellas logren su fin. No en vano, se exige más al que más se le ha dado y amado, como expresa el profeta: “Con un amor eterno te he amado y, sacándote de la nada, te atraje misericordioso, hacia mí” (Jer 31, 3).
Dra. Esther Gómez de Pedro
Directora Nacional de Formación e Identidad Santo Tomás